martes, 22 de noviembre de 2011

Al lector desconocido

En primer lugar, muchas gracias por leerme.

Hace más de un mes que no escribo en este blog. Mi mujer dio a luz una niña, Gabriela, a la que, hasta entonces, consideraba mi primera lectora desconocida, porque aún no la conocía, pero sabía que algún día me leería. Sí, es una bobada, pero me hacía cierta ilusión. De ahí viene el título de esta entrada, y sobre estos lectores, los desconocidos, escribo a continuación.

Hay algunas cosas que he aprendido sobre los lectores desde que comenzase este blog, justo tras publicar la novela. Antes, quizá muy ingenuamente, pensaba que era mucho más fácil encontrar lectores entre familiares y amigos que entre desconocidos, de hecho, siempre he estado tentado de establecer dos categorías claramente definidas de lector: lector conocido y lector desconocido.

Ya no veo tal diferenciación: me parece igual de probable que mi novela suscite interés a un desconocido que a un conocido. Es verdad que la comunicación con los lectores conocidos es mucho más directa, y que a ellos les hace gracia y cierta ilusión que alguien de su entorno publique una novela, pero nada de esto les hace diferentes como lectores. El lector de una novela sólo es tal en el momento que se la lee, no en el momento que se entera de sus existencia, ni en el momento que se la descarga en formato de libro electrónico, ni cuando se compra el libro, ni siquiera cuando la hojea. Un lector es aquél que se implica totalmente en la obra e interpreta nuevamente lo escrito por el autor. Parece bastante obvio, pero lo obvio puede escribirse de vez en cuando, incluso debería hacerse regularmente.

Es posible que exista una diferencia entre los dos tipos de lector en el acto de leer. Quizá cuando un lector lee lo escrito por un conocido se centre más en detectar posibles errores y disfrute menos de la obra. También puede ser que ésa sea sólo mi visión de escritor aficionado, puede que simplemente esté proyectando lo que yo haría, porque soy vanidoso, la vanidad, sí, ese gran pecado que reconozco cometer y que intento compensar con mis novelas, que no redimir del todo, pues me quedaría sin un excelente motivo para escribir. El caso es que yo no soy muy buen ejemplo de lector puro. Cuando hablo de lector puro me refiero a aquél que lee sin ninguna intención de aprender a escribir. Y puesto a definir, doy a continuación una definición personal de lo que es un lector:  

El típico lector es un sujeto que lee textos escritos por otros sujetos, tan de carne y hueso como él, con la extraña esperanza de encontrar algo significativo en ellos. De acuerdo con esta definición, no sé a ciencia cierta quién es más difícil de imaginar, el que escribe o el que lee los textos. Las motivaciones de ambos son, en cierto modo, bastante curiosas, y no sé si está ya irrefutablemente demostrado que el lector puede entender las del escritor o viceversa. Y, sin embargo, aunque fuese cierto que ambos son incompatibles, parece evidente que son totalmente complementarios.

Sí, el escritor es supuestamente el sujeto activo y el lector es el pasivo, pero ambos intercambian sus papeles en el acto mismo de leer, para el cual los dos son imprescindibles. El lector es humilde y el escritor, si se me disculpa, de una casi enfermiza vanidad, pero, tras la lectura, el lector se envanece de haber disfrutado o haber aprendido algo en aquellas páginas.

Imaginar lectores es una tarea complicada, y teorizar sobre ellos suele dar lugar a premisas equivocadas cuando, como yo, no se es un lector puro. Por eso, me obsesiono pensando en los personajes de mis novelas, revisando argumentos, corrigiendo mentalmente estilos, intentando que todo ello pueda encajar en un lector casual e imaginario cuya psicología no consigo entender. Y todo me lleva a la terrible pregunta con que últimamente convivo casi fraternalmente, sin mucha angustia:

¿Y ahora quién demonios leerá todo esto que he escrito?  


jueves, 10 de noviembre de 2011

¿Y ahora quién me lee?


Antes que nada, muchas gracias por leerme.

La intención de este blog es reflexionar sobre cómo llegar a los potenciales lectores de mis novelas y relatos e intentar, a partir de mi experiencia, ayudar a otros escritores que, como yo, imaginan lectores. Quería comenzar esta serie de escritos con una presentación sobre cuál es mi situación y sobre lo que me ha llevado a ver las cosas como las veo en estos momentos. Ojalá que el lector sepa ser benevolente con mis ideas, que pueden resultar duras para, por ejemplo, el editor que considera indigna de crédito la autopublicación o para el escritor para el que es impropio comerciar con el espíritu. En cualquier caso, pido excusas de antemano.

Mi nombre es Álex y pertenezco al extraordinario gremio de los escritores. Este gremio está compuesto por personas que piensan que sus ideas pueden ser interesantes para otras personas, que se toman el trabajo de escribirlas y que, tras comprobar que sus ideas no interesan a nadie, vuelven a sentarse a escribir otras ideas, y así sucesivamente, hasta que, en algún caso, en algún lugar del mundo, el milagro sucede y alguien lee al escritor en cuestión. Aunque parece inverosímil, este gremio existe y son muchos los que, como yo, pertenecen a él.

Bien, quizá exagere. Puede que este grupo no se pueda llamar gremio, porque el ejercicio de la escritura no puede ser considerado generalmente un oficio de los que permiten ganarse la vida. Dejémoslo en grupo de personas. En estos términos, mi nombre es Álex y pertenezco a un grupo de personas que cree, muy subjetivamente, que tiene algo interesante que contar a los demás.

Escribo desde hace mucho tiempo. Empecé hace unos quince años con cuentos que jamás fueron leídos, más tarde escribí una obra de teatro nunca  representada y ahora escribo novelas que hasta ahora no se publicaron. Afortunadamente mi entorno se encargó de convencerme de que era imposible ganarse la vida como escritor, y nunca viví en una nube tan ingenua que me distrajese de formarme en un oficio decente, valorado en España y con posibilidades reales de futuro: me hice científico; aunque ésta es otra historia.

Al margen de la literatura, hay en general dos posturas muy diferentes hacia el trabajo, entendido como medio para ganarse la vida. Unos creen que el trabajo no tiene que gustarnos, es sólo para ganar dinero, que ya se hará lo que nos gusta durante el tiempo en que no trabajamos (tiempo de ocio). Otros creen que hay que dejarse la vida en intentar trabajar en lo que más nos gusta. Yo soy del segundo grupo pero pertenezco al primero.

Es una locura intentar dedicarse premeditadamente a escribir para ganar dinero, dadas las mínimas posibilidades de éxito que existen. Sin embargo, hoy por hoy me he comprometido a vender mi obra. Y aquí citaré a un clásico:

"El escritor que no piense en vender su obra no será jamás leído, aunque sea él quien pague".

La explicación es muy sencilla: en general, el tiempo de las personas es muy valioso, y un escritor, para robar el tiempo a los demás, necesita un prestigio, y quien regala su obra no puede tenerlo. Esto último es algo que está inscrito en la sociedad, no lo digo yo, ni siquiera lo comparto. Mi caso no contradice demasiado este principio: hasta ahora sólo han leído mi obra aquellos que me tienen cierto aprecio, lo cual, como punto positivo, dulcifica las críticas.Sin embargo, yo tengo otras aspiraciones. Como Cela, Bukowski o Thomas Bernard, quiero ser leído también por quien me odia.

Una vez se sabe lo que se quiere, el camino es mucho más sencillo. Sabía que quería vender mi obra, para lo cual necesitaba convertirla en un producto. Rápidamente escribí a editores y agentes. Y lentamente nadie me contestó. Ahogué mis penas entre biografías de escritores famosos ignorados por editores, y volví a la carga. Citaré aquí a otro clásico:

"La única realidad es uno mismo. El resto de las cosas están ahí sólo para engañarte".


Y decidí hacer las cosas por mi cuenta. Comencé a corregir y a maquetar mi libro, con una confianza ciega en que sería capaz de hacerlo mejor que algún maquetador. Y llegó entonces un pequeño milagro. Pensando en cómo distribuir mi obra por Amazon, di con la página de CreateSpace, que me permitiría autopublicar mi obra completamente gratis distribuyéndola por Amazon y otros canales. Entonces estuve completamente seguro de que el negocio de la literatura había cambiando. Todo el mundo podría vender sus obras, sin depender de agentes ni editores.

De este modo, ahora tengo el producto, lo cual me llena de satisfacción. Ahora podré saber si existen lectores para mis novelas en el mundo.

Sin embargo, cuando todo parecía infinitamente más sencillo, después de haber escrito las novelas durante los despojos del día laboral, después de sobreponerme al desmoralizador silencio de los editores y después de haber fabricado el producto personalmente, ahora surge el mayor de los problemas:

¿Y ahora quién me lee?

Fue esta pregunta la que me incitó a crear este blog. ¿Cuáles son las claves para poner en contacto al extraordinario gremio de los escritores con el no menos extraordinario gremio de los lectores? Quizá entre yo mismo y algún lector ocasional de este blog (de alguno de los dos gremios) podamos dar con las claves.

Un saludo y, otra vez, gracias por leerme.