martes, 3 de abril de 2012

De seres cotidianos con lápices kilométricos

Hola a todos y gracias por leerme.

Gerardo, una persona que se ha mostrado repetidamente interesada en mi trabajo, muestra ahora su interés por lo que hay entre bambalinas. Se pregunta cómo personas cotidianas pueden imaginar mundos extraordinarios, sentarse a escribir en serio sus propias invenciones. Confieso que me apetece hablar sobre mi proceso creativo a petición de este lector, aunque me gustaría advertir que nada de lo que escriba debería generalizarse a otros escritores. Sólo hablo, como es lógico, sobre mi propia experiencia.

Sobre el proceso de creación me gusta citar a Gabriel García Márquez, cuando dice que "el genio es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración". Es un poco exagerado, pero refleja bastante bien cómo es este tipo de ocio con pretensiones de profesión. En realidad, es muy parecido a cualquier profesión donde hay cierta vocación: requiere una predisposición natural, mucho entusiasmo y mucho trabajo. Del mismo modo que un ingeniero vocacional se topa siempre con problemas a resolver, o un erudito con conocimiento a recordar, hay personas como yo que encuentran inspiración para novelas o cuentos en las cosas más extrañas.

La inclinación a imaginar es posiblemente la más seductora de todas las inclinaciones. Yo lo llamo el síndrome del "lápiz kilométrico", como símil a aquel lápiz que cogen los niños pequeños y del que no paran de salir cosas. Aunque un niño es mucho más impulsivo que un adulto ante un papel en blanco, recorre esencialmente las mismas tres fases durante su modesta creación: piensa lo que va a dibujar, lo dibuja y busca a sus papás para mostrárselo. Tras la aprobación, saca de nuevo algo diferente de su lápiz kilométrico. Cuando se cansa, tras semejante derroche creativo, vuelve a ser el niño de antes. Las cosas no parecen tan complicadas.

Mis novelas se gestan de forma muy parecida. En primer lugar, siempre hay una imagen o una idea que desencadena todo, un motivo de inspiración. Generalmente encuentro este motivo cuando estoy solo. Lo he encontrado en hospitales, museos, parques o libros, pero siempre cuando he tenido al menos un par de horas para sumirme en mis pensamientos. Una vez encontrado este motivo de inspiración, todo se descontrola ligeramente, si bien lo considero el momento más estimulante del proceso creativo. A partir de entonces todo girará entorno a este motivo, todo estará relacionado de algún modo. Llegaré a casa y mi mujer no cesará de preguntarme que en qué estoy pensando. Tendré graves problemas de comunicación con ella a mitad de la semana. Después se irá familiarizando muy lentamente con mis nuevos intereses. Organizaré viajes, excursiones, y los enfocaré desde una única perspectiva. Mis temas de conversación serán otros. Durante unos meses, iré acumulando metáforas, símbolos, argumentos entrelazados, datos históricos, científicos, mitológicos. Los escribiré de forma organizada, buscaré denodadamente una estructura convincente. Y un buen día me diré:

"Ha llegado el momento de la transpiración. Tengo que sentarme a escribir".

Es el momento de la disciplina, de la voluntad de hierro. Es el momento de establecer hábitos de escritura, de fomentar la capacidad de concentración, de dejar de ver la televisión. Elegiré una hora al día para escribir, aunque intentaré ser muy flexible para evitar crisis domésticas. Lo importante es sentarme a escribir durante al menos una hora al día. Pueden ser 200, 300 o como mucho 500 palabras, pero esto es más que suficiente si lo hago todos los días, o al menos, seis día a la semana. Serán ocho, nueve, diez meses, pero merecerá la pena. Como el ingeniero vocacional se apoya en su entusiasmo para completar su cálculo, el escritor es capaz de terminar una novela.

Hay temporadas en que elijo una hora por la mañana. Me levanto, me ducho, me visto y me tomo el café mientras escribo. Después voy al laboratorio donde trabajo, bastante pronto, como cualquier trabajador. Durante otras temporadas, escribo una hora antes de ir a dormir, entre las once y las doce. Sobre todo en este caso, necesito estar en muy buena forma física. Cuanto en mejor forma estoy, mejor me concentro y más despierto me encuentro por las noches. Suelo salir a correr justo después llegar del trabajo. Luego paso el tiempo con mi mujer hasta la hora de sentarme a escribir. No es en absoluto fácil mantener el equilibrio familiar viviendo así, pero lo compenso pasando algunas temporadas largas sin llevar esta rutina. Me pregunto qué pasará ahora que tenemos un bebé. Confío en ser capaz de encontrar los momentos de nuevo. He de saber cambiar mientras permanezco fiel a esta perversa inclinación. ¿Merece la pena? Esto es algo que muy raramente se llega a descubrir de alguna cosa.

Espero haber satisfecho la curiosidad de Gerardo.